El desarrollo histórico al que dio lugar en su momento la industrialización hizo posible el salto del capitalismo a un nuevo estadio en su evolución, el cual se caracterizaría por haber transformado significativamente su organización interna. Esto afectó de forma decisiva al conjunto de la estructura social y de la organización social del trabajo en los medios de producción, ya que los avances científicos y técnicos aplicados al proceso económico incrementaron considerablemente los niveles de producción.
Sin embargo, una vez alcanzada la era financiera como máxima culminación histórica del capitalismo, las sociedades post-industriales sufrieron una importante reorganización económica que se reflejaría en el desarrollo de nuevas tecnologías, las cuales dieron paso a una forma de producción intensiva, siendo a partir de entonces la eficiencia el nuevo criterio que conduciría toda actividad económica. La ausencia de recursos ilimitados ha hecho necesaria la implantación de una nueva mentalidad económica, y la eficiencia ha contribuido a ello dentro de la fase comercial del capitalismo, pues su razón de ser reside en la lógica de utilizar la menor cantidad de recursos posibles para desarrollar cualquier actividad económica: producir un bien de consumo, prestar un determinado servicio, etc.
La fase comercial ha dado lugar al crecimiento del sector terciario vinculado a los servicios en detrimento del sector secundario, ligado a la industria. Esto se ha debido en gran parte, y como antes se ha dicho, a los progresos tecnológicos aplicados a la producción. Así, el comercio ha conferido al mercado una mayor preponderancia de la que antes tenía, pues ha supuesto su completo y pleno desarrollo en todos los ámbitos, contribuyendo así a establecer la clara diferencia entre aquello que es rentable de lo que no lo es.
La progresiva complejidad del aparato técnico-organizativo ha hecho necesaria la aparición y desarrollo del sector terciario, sobre todo en aquello que ataña a la gestión de los procesos comerciales y técnicos, lo cual tiene como cometido un mayor perfeccionamiento del grado de organización dentro de los agentes económicos y de las relaciones entre estos. Se persigue de esta manera un incremento del potencial económico de los agentes, lo cual les provee de mayores posibilidades y de una mejor posición a la hora de competir para conseguir nichos en el mercado global.
Unido a este proceso de transformación del trabajo, pasando del viejo trabajo manual caracterizado por su segmentación y un alto grado de especialización para pasar a un trabajo orientado hacia la organización, más cualificado, en el que se tiende a primar la polivalencia, se produce, simultáneamente, una tendencia general que es común a todas las sociedades post-industriales y que se refleja en el escaso o nulo crecimiento demográfico de las mismas.
Diferentes factores contribuyen a que el sentido de la evolución demográfica de las sociedades del centro sea justamente el opuesto al de las sociedades de la periferia. Esto se debe, en gran medida, a que el igualitarismo promovido por el liberalismo tiene como principal meta la consecución del máximo de utilidad para el conjunto de la sociedad, llevando, así, a todos sus integrantes a unas mismas condiciones de vida. Es el concepto de igualdad burguesa puesto en práctica a través del sistema económico, y más concretamente por medio del mercado, lo que implica necesariamente para su realización el desarrollo y aplicación de las teorías del darwinismo social y del maltusianismo.
La consecución del bienestar material de la población vendría a ser el resultado de la lógica del progreso ilimitado, el cual, por medio de los avances científico-técnicos, hace posible un incremento del nivel de vida de los individuos de una sociedad, equiparándolos a todos ellos a unas mismas condiciones materiales. El logro de este objetivo imprime sobre las estructuras del sistema la lógica inherente a la teoría maltusiana, aquella que establece que el aumento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el incremento de los medios de subsistencia lo hace en progresión aritmética. Este planteamiento conduce, irremisiblemente, a hacer necesario y justificable el establecimiento de procedimientos que contribuyan a reducir y limitar la población, de forma que la reducción de la población conlleve a un incremento de recursos por persona.
Este control de la natalidad se lleva a cabo a través de una selección, siguiendo así el criterio del darwinismo social en función del cual únicamente los más aptos sobreviven y alcanzan el éxito en un medio hostil. La forma para alcanzar ese éxito y demostrar tener aptitud es el mercado, en el cual compiten los individuos entre sí al margen de regulaciones externas. El mercado genera la selección natural entre los individuos partiendo, todos ellos, de una teórica igualdad de condiciones inicial. Por tanto, la correspondiente selección efectuada por el mercado se manifestaría en aquellos individuos que, habiéndose mostrado más aptos, hubieran alcanzado el éxito económico en los negocios obteniendo para sí una posición entre las elites sociales.
Esta teoría viene a justificar las injusticias sociales derivadas de la explotación económica del capitalismo, y enlaza perfectamente con la ética protestante de la predestinación aplicada al campo económico, la misma que ha constituido el fundamento ético y moral de los EE.UU., de forma que quienes alcanzan el éxito en este mundo con el triunfo económico están, por así decirlo, manifestando también su predestinación para el éxito en la vida venidera con su entrada en el paraíso. Esta particular mentalidad tan propia del capitalismo quedó bien definida por Max Weber en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Mientras tanto, aquellos que quedan relegados a una condición de vida económica, social y material de explotación, en clara posición subordinada con respecto a las elites socioeconómicas, reflejarían, por el contrario, la ausencia de cualificación y de capacidades necesarias para desempeñar cualquier otra función, por lo que tendrían lo que realmente merecen. En este sentido, los denominados parias de la sociedad encarnados por los desempleados, trabajadores no cualificados y aquellos que desempeñan las labores menos remuneradas y que socialmente están peor vistas, formarían parte del grupo de los inútiles, débiles e incapaces por cuanto han demostrado ser elementos espurios de la sociedad. Estos se verían abocados a desarrollar una función social subordinada y a aceptar su condición social con resignación como aquello que, en justicia, merecen.
Sin embargo, lo cierto y real es que dicha competencia que se desarrolla en el mercado no parte, en ninguno de los casos, de una clara igualdad de condiciones iniciales, lo que de entrada invalida por completo el cuadro teórico sobre el que se fundamenta la estructura e ideología liberal. Por ello, el darwinismo social viene a justificar la opresión y la explotación económica junto a las desigualdades sociales, pues quienes detentan el poder económico están predestinados para desempeñar ese papel y, con ello, a pisotear y explotar a quienes tienen por debajo que, a su vez, también se encuentran predestinados a dentar el status de explotados al no reunir las cualidades y capacidades suficientes para formar parte de la elite.
Esta competición económica que se da en las sociedades del centro, es decir, en las sociedades post-industriales del capitalismo avanzado, se expresa de forma particular en la imposibilidad material por parte de la población de crecer numéricamente debido a que las condiciones económicas lo impiden. La inestabilidad del empleo unido a la flexibilización del trabajo con el abaratamiento de los despidos, la falta de remuneración laboral, las malas condiciones en las que desarrollan su actividad muchos trabajadores, la existencia del trabajo basura de las ETT’s, la creciente precariedad del empleo juvenil, los bajos salarios, el incremento progresivo de la inflación o la imposibilidad de acceder a la vivienda, representan los principales escollos para la formación de nuevas familias. Esto imposibilita totalmente la existencia de un crecimiento demográfico sostenido en el tiempo.
Las desigualdades sociales se agravan, incrementándose así la brecha que separa a las grandes oligarquías económicas del conjunto de la población. La promoción social se convierte, también, en algo imposible y casi siempre excepcional. Esto sumerge a las actuales sociedades occidentales en un proceso de paulatino envejecimiento, tendiéndose a igualar, e incluso a superar, el número de defunciones al número de nacimientos. Así, las clases adineradas se hacen más ricas, mientras que las clases subordinadas, que conforman el grueso de la población, se ven abocadas a la extinción física al imposibilitar la formación de nuevas familias y, con ello, nuevos nacimientos.
A diferencia del espectacular crecimiento demográfico que tienen las sociedades de la periferia, las sociedades occidentales mantienen un crecimiento vegetativo e incluso negativo. Esta circunstancia creada premeditadamente con el objetivo de consolidar una elite económica y, al mismo tiempo, incorporar a la misma elementos que han logrado promocionarse socialmente demostrando su “valía”, constituye finalmente la materialización del sueño progresista del igualitarismo burgués, el cual no deja de tener su correspondiente contraparte, que consiste en importar mano de obra esclava del exterior que sustituya a la población autóctona para, así, mantener las vigentes desigualdades sociales y perpetuar el funcionamiento de las estructuras económicas capitalistas.
La extinción de la población en las sociedades occidentales, todo ello provocado tanto por los condicionantes antes señalados que manifiestan la violencia estructural del sistema, unido, también, a la confluencia de diferentes factores como la decadencia cultural y espiritual expresada en la abdicación de la voluntad de supervivencia colectiva, hace necesario que el vacío dejado por estas sociedades sea ocupado por una nueva masa de esclavos sobre los que la oligarquía económica continuará ejerciendo su labor parasitaria, aquella por la que se ocupa de succionar las fuerzas vitales de un pueblo para emplearlas en su propio provecho económico.
Finalmente, se puede concluir que el darwinismo social opera como instrumento al servicio de la clase económica dominante con el objetivo de mantener las actuales estructuras de explotación. La lógica maltusiana que conduce todo el proceso histórico del capitalismo, y que se basa en la limitación del crecimiento poblacional, responde claramente al interés del grupo social dominante por perpetuarse y asegurar su hegemonía sobre el resto de la población. El igualitarismo aquí no deja de ser una herramienta con la que garantizar la supervivencia del grupo y mantener su homogeneidad, al mismo tiempo que incorpora al mismo nuevos elementos para su renovación.